Publicado el 7 de febrero de 2013
Exilio
Daniel Samper – Daniel Samper y Alberto Aguirre exiliados
Actualmente, Daniel Samper Pizano es columnista del periódico El Tiempo. Su columna "Cambalache" se caracteriza por la sátira y la ironía que contiene. Además, Samper Pizano ha escrito decenas de libros, dentro de los cuales se incluyen las antologías de reportajes, crónicas y notas ligeras colombianas. Este máster en Periodismo de la Universidad de Kansas también ha escrito para las revistas Semana, El Malpensante y Gatopardo. Ha ganado tres premios Simón Bolívar y el Rey de España.
Darío Arizmendi – Las amenazas que exiliaron a Alberto Aguirre
Darío Arizmendi Posada es el actual director de Caracol Radio. Además, es magíster en Periodismo de la Universidad de Madrid y doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Navarra. En 1979, fundó el periódico El Mundo y años después dirigió el programa televisivo "Cara a cara".
Héctor Abad - Los poemas acompañaban a Aguirre en la soledad
Héctor Abad Faciolince ha sido columnista de la revista Semana y de los periódicos El Espectador y El Colombiano. En su carrera como escritor ha publicado 11 libros, dentro de los cuales se cuenta "El olvido que seremos", por el cual recibió el Premio Literario de Derechos Humanos de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos.
Maryluz Vallejo - Aguirre "le quitaba el hierro a sus días de exilio"
Maryluz Vallejo es periodista de la UPB y doctora en Comunicación Pública de la Universidad de Navarra en España. Ha publicado 8 libros y, actualmente, es profesora de la Universidad Pontificia Javeriana, donde creó la revista Directo Bogotá.
Sonia Martínez - Lo que reveló Aguirre en las cartas del exilio
Sonia Martínez es cuñada de Alberto Aguirre, la esposa de Alfonso. Además, es una cantautora antioqueña que ha explorado el bolero, el jazz, el bambuco, el pasillo, entre otros géneros musicales.
La soledad del exilio te la llevaste a Medellín
En el exilio viviste solo por primera vez. Sin papás que te inculcaran el estudio, sin hermano que te enseñara la vida y sin Candela, la señora del servicio de la casa de tu matrimonio que te llevaba papas fritas hasta la cama.
En España hubo soledad. Aunque Darío Arizmendi siempre te visitara y aunque Daniel Samper te invitara a ver los partidos de fútbol de la selección Colombia. Estabas lejos de tu país. “Cada vez más extraño, no sólo a los otros, sino a uno mismo”, como dijiste en los aforismos.
Y así llegaste a Medellín. Extraño. Con un desapego de la vida que simulaba el desafecto. “Me voy como despegando. Pero aún queda (hacia afuera) la epidermis de los sentimientos. Y la gente cree la máscara”, escribiste en Madrid meses antes de volver.
Llegaste a vivir solo. A vivir solo de nuevo. Visitabas periódicamente a Gloria López, tu esposa, y a tus tres hijas, ya todas casadas.
En las mañanas, salías a tomar un café con leche y una almojábana. Leías la prensa y regresabas a tu casa a leer. Y a escribir, hasta cuando la enfermedad te dejó.
En la mañana, nadie llamaba porque todos sabían que estabas por fuera. En la tarde, seguía sin sonar el teléfono porque lo descolgabas para que nadie te interrumpiera.
Amaste la soledad. La conociste. Te amoldaste a ella.
Mucho antes del exilio, cuando eras un adulto con tres hijas que apenas eran unas bebés, viajabas recurrentemente a San Cristóbal, a la finca de recreo.
También ibas a pueblos de Antioquia a tomar fotografías. Pasabas temporadas de uno o dos meses en Estados Unidos o en Europa. Te gustaba viajar. Pero todo cambió desde que el viaje fue para que no te mataran.
Al regreso del exilio, te encerraste en Medellín. Nunca volviste a tu pueblo natal, Girardota, a pesar de que siempre decías que querías ver de nuevo a la finca donde viviste un tiempo.
Con el paso de los años, el encierro se limitó al barrio y, posteriormente, a la casa. Te apartaste de muchas cosas por decisión propia. Quizás para disfrutar la soledad. “Todo viaje me aleja de mí mismo. Y todo espectáculo. Y toda compañía”, fue un aforismo que escribiste.
Cada vez ibas menos a las reuniones familiares. El argumento inicial después del regreso de Madrid era que no te gustaban los niños. En ese entonces, éramos dos los que corríamos por el corredor de la casa de la abuela, mientras ustedes los mayores hablaban de temas serios.
Después, cuando ya no había niños que gritaran ni lloraran, dijiste que te parecía muy enredado salir de tu casa para llegar a las diez de la noche. Cuando te empezaron a recoger en carro, explicaste que la comida que hacían era muy pesada, que estabas maluco o que mejor te invitaran a la próxima.
Pero no te alejaste por completo. Todos los días veías a Aura López, tu compañera. Continuaste las conversaciones con Héctor Abad Faciolince, tu único y mejor amigo. Muy de vez en cuando te reunías conmigo, tu nieta. Y otras veces tus hijas te visitaban.
Al ir perdiendo la memoria, te veías cada vez menos con Héctor y conmigo. Las conversaciones cada vez eran más difíciles pues ni te acordabas de qué se habían muerto tu hija y tu hermano, dos de tus personajes más queridos. La única a la que no dejaste de ver fue Aura.
Dos meses antes de tu muerte, ya ni ibas a comprar la prensa, una rutina que tuviste desde la adolescencia. Semanas antes de que te diera el derrame cerebral, no saliste de la casa. Ni siquiera para ir a desayunar.
“La vida se vuelve un acto sonambulesco”. La frase que escribiste en el exilio volvió a cobrar sentido años antes de tu muerte… hasta que dejaste de caminar dormido.
Agradecimientos: Familia Aguirre López, Carlos Arango, Luisa Restrepo Pérez, Ramón Pineda, a mis maestros del pregrado.
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Esta página web es un trabajo de grado del pregrado en Periodismo de la Universidad de Antioquia. Obtuvo el sustento del Fondo de Apoyos a Trabajos de Grado.